Hoy Celia sabía qué se sentía tocar la muerte, sentía ésta tregua entre las
dos, conocía la fuerza de voluntad que albergaba en ella para no desgarrarla,
para no intentar destruirla por el simple hecho de que si lo hacía, destruiría también
lo que quedaba de su hijo, la muerte se resguardaba en él y Celia no podía
hacer nada.
Esa mañana como
cada día el despertador sonó a las 5, pero ella ya estaba despierta, tenía un
rato con la mirada fija en las sombras que jugaban detrás de la cortina, una
incierta ansiedad la había invadido, pocas veces le pasaba eso, había estado
preocupada por él; y es que no sabía qué hacer, no sabía cómo lograr que entendiera,
lo había intentado todo, los castigos, las palabras tiernas, la indiferencia,
incluso esa vieja costumbre de acusarlo con su padre y nada había funcionado, a
él nada le hacía cambiar su actitud, seguía con la "rebeldía". Por un
momento dudó, si en realidad estaba exagerando, si ella estaba
confundiendo rebeldía con libertad. El sonido del motor de un auto la hizo
recapacitar, no importaba si para ella significaba una cosa y para él otra, se
estaba buscando un susto, no sólo para sí mismo, todos andaban "con el
Jesús en la boca" por sus ocurrencias: las llegadas tarde, las
ausencias, las entradas y salidas de jóvenes que apenas si conocían. No sólo se
ponía en peligro él, estaba poniendo en peligro a toda la familia, a ella le parecía
que si tenían que luchar por algo eso era por sobrevivir cada día. Y al final ¿quién
iba a agradecérselos, quién los iba a recompensar por tanta pérdida?
Rindiéndose ante el insomnio decidió levantarse a preparar el
desayuno, de todas formas le quedaban solo 20 minutos antes de que todo se
convirtiera en dudas, gritos, prisas y estrés.
Estaba a punto de
terminar de colocar todo en la mesa cuando él entró en la cocina, frío
distante, callado. "Aún está molesto" pensó y sintió una horrible
zozobra, ¿por qué tenían que estar peleando siempre, por qué él no podía
simplemente entender que era por su bien, por qué no se hacía realidad de
pronto esa sonada frase de "algún día lo entenderás"?
Al escuchar la
manija de la puerta no pudo evitar dejar salir el desasosiego que la invadía y
le pidió que no se fuera, "hijo vamos a arreglar las cosas, no quiero que
te vayas así, entiéndeme cuanto te quiero"
Él la miro
dolorosa y fijamente, esa mirada no duró más de 5 segundos pero se sintió como
una eterna agonía; finalmente mirando al cielo puso los ojos en blanco y exhalando
un bramido salió de la casa.
Las lágrimas
comenzaron a rodar por sus mejillas, ¿por qué tenía ésta angustia, por qué hoy
precisamente? en ocasiones anteriores habían discutido, él había dejado de
hablarle otras veces y el tiempo se encargaba de poner las cosas en su lugar,
pero hoy había algo turbio en el ambiente.
A eso de las 3 de
la tarde Celia, su esposo y dos de sus hijos estaban en silencio tomando sus
alimentos, imperaba aquel gélido ambiente que desde la noche anterior había
invadido su hogar; el ensordecedor timbre del teléfono sacó a cada uno de
su abstracción, sin embargo nadie pronunció una palabra siquiera. Algo en el
pecho de Celia se rompió, siguió con la mirada el camino que su esposo recorría
hasta el teléfono, por un momento pasó por su mente detenerlo o simplemente
salir corriendo, sin darse cuenta sus ojos comenzaron a inundarse.
Celia miraba a su
esposo de pie, con el auricular pegado al oído y sostenido con ambas manos, veía
su delgado y cansado cuerpo, y ese cansancio la invadía, veía mover sus labios,
temblorosos, pero no escuchaba una sola palabra de lo que decía. No supo cuánto duro esa llamada
pero para ella ya habían pasado varias eternidades.
Cuando su esposo colgó el teléfono y comenzó a caminar lentamente hacia ella, se
levantó, lo encontró a mitad de camino y le pidió que no le dijera nada, que la
llevara a donde estaba su hijo, nada más. Él quiso abrazarla y ella lo rechazó
al instante, al mismo tiempo que le decía “no pasa nada”
Celia se había congelado desde el momento en que puso un pie
en el edificio, y no sólo por la frialdad natural que los cadáveres le cedían al
llegar ahí; al entrar a ese lugar, en su mente entraba de golpe también la
realidad: Su hijo estaba muerto, se lo habían matado, ni siquiera sabría quién,
ni siquiera sabría cómo, si fue a propósito
o sólo se encontraba en el lugar y tiempo incorrectos; no había podido protegerlo, no había podido
tomar su mano en el último momento de agonía, no había podido ni siquiera
quedarse con el último hilo de luz de su mirada, no había podido decirle que lo
amaba, que se sentía orgullosa de él a
pesar de todo.
Abrazada al cuerpo de su hijo sintió la muerte correrle entre los
huesos, ella abrazaba el cuerpo inerte de aquél al que algún día le dio vida,
mientras la muerte la abrazaba a ella hasta el punto de asfixiarla, no le
importaba, deseaba que lo hiciera, no le hubiese molestado de pronto dejar de
respirar, sin más, irse con él, así como lo hacían sus sueños, sus
sonrisas, su temores, sus ilusiones y su amor, todo se estaba yendo con él, ¿por
qué no dejar que su cuerpo también lo hiciera?