21/4/13

LA ASFIXIANTE MUERTE



Hoy Celia sabía qué se sentía tocar la muerte, sentía ésta tregua entre las dos, conocía la fuerza de voluntad que albergaba en ella para no desgarrarla, para no intentar destruirla por el simple hecho de que si lo hacía, destruiría también lo que quedaba de su hijo, la muerte se resguardaba en él y Celia no podía hacer nada.

Esa mañana como cada día el despertador sonó a las 5, pero ella ya estaba despierta, tenía un rato con la mirada fija en las sombras que jugaban detrás de la cortina, una incierta ansiedad la había invadido, pocas veces le pasaba eso, había estado preocupada por él; y es que no sabía qué hacer, no sabía cómo lograr que  entendiera, lo había intentado todo, los castigos, las palabras tiernas, la indiferencia, incluso esa vieja costumbre de acusarlo con su padre y nada había funcionado, a él nada le hacía cambiar su actitud, seguía con la "rebeldía". Por un momento dudó,  si en realidad estaba exagerando, si ella estaba confundiendo rebeldía con libertad. El sonido del motor de un auto la hizo recapacitar, no importaba si para ella significaba una cosa y para él otra, se estaba buscando un susto, no sólo para sí mismo, todos andaban "con el Jesús en la boca"  por sus ocurrencias: las llegadas tarde, las ausencias, las entradas y salidas de jóvenes que apenas si conocían. No sólo se ponía en peligro él, estaba poniendo en peligro a toda la familia, a ella le parecía que si tenían que luchar por algo eso era por sobrevivir cada día. Y al final ¿quién iba a agradecérselos, quién los iba a recompensar por tanta pérdida?

Rindiéndose ante el insomnio decidió levantarse a preparar el desayuno, de todas formas le quedaban solo 20 minutos antes de que todo se convirtiera en dudas, gritos, prisas  y estrés.

Estaba a punto de terminar de colocar todo en la mesa cuando él entró en la cocina, frío  distante, callado. "Aún está molesto" pensó y sintió una horrible zozobra, ¿por qué tenían que estar peleando siempre,  por qué él no podía simplemente entender que era por su bien, por qué no se hacía realidad de pronto esa sonada frase de "algún día lo entenderás"?

Al escuchar la manija de la puerta no pudo evitar dejar salir el desasosiego que la invadía y le pidió que no se fuera, "hijo vamos a arreglar las cosas, no quiero que te vayas así, entiéndeme cuanto te quiero"

Él la miro dolorosa y fijamente, esa mirada no duró más de 5 segundos pero se sintió como una eterna agonía; finalmente mirando al cielo puso los ojos en blanco y exhalando un bramido salió de la casa.

Las lágrimas comenzaron a rodar por sus mejillas, ¿por qué tenía ésta angustia, por qué hoy precisamente? en ocasiones anteriores habían discutido, él había dejado de hablarle otras veces y el tiempo se encargaba de poner las cosas en su lugar, pero hoy había algo turbio en el ambiente.

A eso de las 3 de la tarde Celia, su esposo y dos de sus hijos estaban en silencio tomando sus alimentos, imperaba aquel gélido ambiente que desde la noche anterior había invadido su hogar;  el ensordecedor timbre del teléfono sacó a cada uno de su abstracción, sin embargo nadie pronunció una palabra siquiera. Algo en el pecho de Celia se rompió, siguió con la mirada el camino que su esposo recorría hasta el teléfono, por un momento pasó por su mente detenerlo o simplemente salir corriendo, sin darse cuenta sus ojos comenzaron a inundarse.

Celia miraba a su esposo de pie, con el auricular pegado al oído y sostenido con ambas manos, veía su delgado y cansado cuerpo, y ese cansancio la invadía, veía mover sus labios, temblorosos, pero no escuchaba una sola palabra de lo que  decía.  No supo cuánto duro esa llamada pero para ella ya habían pasado varias eternidades.

Cuando su esposo colgó el teléfono  y comenzó a caminar lentamente hacia ella, se levantó, lo encontró a mitad de camino y le pidió que no le dijera nada, que la llevara a donde estaba su hijo, nada más. Él quiso abrazarla y ella lo rechazó al instante, al mismo tiempo que le decía “no pasa nada”

Celia se había congelado desde el momento en que puso un pie en el edificio, y no sólo por la frialdad natural que los cadáveres le cedían al llegar ahí; al entrar a ese lugar, en su mente entraba de golpe también la realidad: Su hijo estaba muerto, se lo habían matado, ni siquiera sabría quién, ni siquiera sabría cómo, si fue a  propósito o sólo se encontraba en el lugar y tiempo incorrectos;  no había podido protegerlo, no había podido tomar su mano en el último momento de agonía, no había podido ni siquiera quedarse con el último hilo de luz de su mirada, no había podido decirle que lo amaba,  que se sentía orgullosa de él a pesar de todo.

Abrazada al cuerpo de su hijo sintió la muerte correrle entre los huesos, ella abrazaba el cuerpo inerte de aquél al que algún día le dio vida, mientras la muerte la abrazaba a ella hasta el punto de asfixiarla, no le importaba, deseaba que lo hiciera, no le hubiese molestado de pronto dejar de respirar, sin más, irse con él,  así como lo hacían sus sueños, sus sonrisas, su temores, sus ilusiones y su amor, todo se estaba yendo con él, ¿por qué no dejar que su cuerpo también lo hiciera?

23/9/12

POR AMOR AL ARTE

El sol entró por la ventana, las partículas de polvo danzaban triunfantes al conseguir su entrada a la habitación. 

Aun sentía los labios hinchados, me encantaba la sensación de un mordisco tuyo, aunque eso hubiese pasado varias horas antes. No acostumbro verte dormir, no sé por qué lo hice.

Un haz de luz iluminó tus senos, quería tocarlos, quería recorrer esa delicada superficie iluminada.
Por alguna romántica (por no decir cursi) razón, en vez de eso decidí despertarte con un beso en la frente.

Fue el mejor fin de semana de nuestra corta pero significativa relación, el mas importante.

Un maratón de películas juntos, sin poner atención a otra cosa que no fuese la pantalla, apenas dándonos cuenta de que estábamos el uno junto al otro, sin darle importancia al roce de nuestra piel. Alguno pudo haber desaparecido y el otro no se habría dado cuenta hasta horas mas tarde.

Recibimos con la misma intensidad a niños retándose en un juego en el que apostaban algo más que la infancia, que a algún anciano lleno de melancolía, o alguna pareja tratando de explicar lo que es el amor sin siquiera haberlo descubierto.

Con los ojos ardiendo de cansancio dormimos un rato, abrazados, descansando el alma.

A la mañana siguiente no pudimos dejar de hablar, no hay mayor libertad para la conciencia que el arte.

Todos y cada uno de los sucesos que nos entregó aquella pequeña pantalla, habían despertado un mar de opiniones en cada uno de nosotros. Era la primera vez que nos desconocíamos y conocíamos en cada frase, para finalmente recordar que estábamos pronunciando palabras ajenas, tal vez de aquellos personajes que una noche antes se apropiaron de nuestras esperanzas.

Al caer la noche, recargada en el barandal de aquel pequeño balcón, me dijiste que me amabas, que me amabas por ésto; en el tiempo en el que habíamos estado juntos habíamos compartido ciertas cosas, graciosas, incomodas, raras, románticas; pero éste día, éste fin de semana en especifico, era el que había hecho que la palabra amor se colara entre tus labios, no sin antes recorrer tu pecho.

No dije una sola palabra, te miré a los ojos, esperando que pudieras descifrar aquello para lo que no encontraba un alfabeto.

Creo que lo lograste; a pesar de las muchas, divertidas, extrovertidas y tal vez hasta extravagantes ocasiones en las que habíamos compartido nuestros cuerpos; ésta era la primera en que realmente sentía que no podía faltarnos nada.

Volví a besar tu frente, estaba fría, miré fijamente tus labios, azulados. Toqué con brusquedad tus senos, aquellos que solo podía recordar cálidos, palpitantes, estaban completamente helados.

No podía culpar a la pequeña pantalla y su magnífico maratón, fue mi culpa.

Te habías ido y no me di cuenta hasta horas más tarde.



Orquidea

29/3/12

ENCUENTROS?

La avienta contra la pared, le susurra sus planes al oído.
 Ella no admitirá la molestia que le provoca esa voz casi chillona.
Él le mordisquea el lóbulo de la oreja.
Ella con los ojos cerrados canaliza el deseo en ese diminuto punto, borra remordimiento o culpa alguna y se deja devorar.
El deja escapar a sus demonios a través de su lengua y sus manos, no es algo nuevo en su vida pero cada encuentro representa la realización de una fantasía; quiere arrancarle la ropa, destrozarla en un par de segundos para así demostrarle la magnitud de su poderío; en realidad todo aquello no es más que la permanente  adicción a aquellas películas que todas las mujeres de su vida siempre han detestado, es por ello que les entrega el papel principal cuando tiene sexo con alguna, un poco por morbo y otro tanto más por venganza.
Ella lo siente entrar, agresivo, doloroso; siente como las lágrimas avanzan hacia sus ojos; desesperada las detiene, ya no es tiempo par arrepentimientos; esto es lo que buscaba, esto es lo que esperaba conocer y superar; se concentra en desviar la atención de la violencia con la que él le invade y busca el placer en sus entrañas.
El se mueve cada vez más rápido “pasaría la vida entera dentro de ella”, piensa; disfruta la humedad de ese cuerpo que ahora siente suyo. Exhausto se desploma sobre ella.
Ella lo empuja con poco disimulo, no fue lo que imaginaba, la pasión y el desenfreno tenían un tono diferente cuando su mente los pronunciaba.
 Orquidea.

18/12/11

UN NACIMIENTO INESPERADO



 
La conocí un día por casualidad, si, esa que no existe pero en la que todos creemos; yo había tenido un día normal, estresante como todos, monótono, con mil lenguajes recorriendo mi memoria a corto plazo, tratando de acomodar todas las frases que había escuchado para darle algún sentido a mi día. Por aquellos tiempos acostumbraba caminar de la escuela a casa, para estirar un poco las piernas y la paciencia;  me gustaba ver a los niños correr despreocupados,  había intentado alargar mi sentido infantil el mayor tiempo posible, pero uno va creciendo y ese espíritu le queda chico a nuestro cuerpo, un día amaneces y no lo encuentras mas, al parecer es tan pequeño que sin querer se desintegra.
Me distraje tratando de adivinar el ritmo al que bailaban el viento y las hojas de un árbol, a lo lejos se escuchaba la frase “oye, oye, permiso por favor, oye”; no estoy seguro porque cuando uno se refugia en sus costumbres es difícil notar que hay un mundo alrededor pero creo que ya habían repetido esa frase tres o cuatro veces antes de percatarme que estaba dirigida a mí, al darme cuenta busqué al emisor de tal frase y ahí fue cuando la casualidad ocurrió, ahí estaba también presente el destino, si antes me encontraba volando en alguna especie de limbo,  buscándole el ritmo al viento; en ese momento me sentí totalmente instalado en el vacío, ningún ruido, ningún pensamiento en mí, casi puedo asegurar que dejé de respirar en ese instante.
No es por presumir pero siempre he tenido novias “guapas” así que su belleza promedio no me sorprendía, la verdad es que no era una súper modelo, pero tenía un encanto especial y sonará extraño pero de alguna forma  en ese mismo instante supe que venía de otro planeta, uno que albergaba en mis temores, esos que te hacen sudar la nuca, esos que sabes que tendrás que enfrentar tarde o temprano, esos que son dolorosamente tentadores. Venía de otros tiempos, de la infancia feliz que nunca viví, bastaba con ver su sonrisa para saberlo;  en ella describía en  un solo instante juegos en el jardín con sus amigos, cumpleaños llenos de magia y colores y hasta la tranquila llegada de la pubertad, liviana, resignada.
Como podrán predecir no tardé en acercarme, ese día en el parque hice todo lo posible para que no me olvidara, obviamente  a ella le extraño en primera instancia que un tipo al que solo le había pedido que se moviera para poder continuar una partida de beisbol con sus amigas insistiera tanto en entablar una charla con ella; a mí no me importó cuan raro pudiese parecer, sabía que esta era la oportunidad, esa que pocas veces creí que existiría.
Caminé por el mismo tramo del parque los días siguientes, tardé en encontrarla de nuevo, cuando mis esperanzas estaban a punto de desaparecer la vi de nuevo, lo había logrado, esa segunda vez ella me había reconocido como el tipo insistente de tardes atrás, así que no fue difícil establecer un acercamiento y como todo lo que tiene sentido en esta vida: pasó, pasó lo que tenía que pasar, lo que era inevitable, lo que mi madre llamaría “un hecho escrito en el libro de la vida”.
Los seres humanos somos simples, realizamos ciclos y eso fue lo que ella y yo hicimos, como en  ocasiones pasadas conocimos a alguien que llenara de  complicada alegría nuestros días, cumplimos con el ritual establecido: salir, charlar un par de veces de cosas disimuladamente intimas; contarnos secretos, no los mayores,  solo esos que le hacen pensar al otro que nos hemos entregado completamente; dejar salir un poco ese bebé al que le gusta ser consentido, es un absurdo pero es lo que más le gusta a las parejas; hacer el amor como si fuera la primera vez, vivir todas las incomodidades de conocer un cuerpo nuevo, con diferentes formas a las que estamos acostumbrados y finalmente crear la esperanza de un para siempre, desear con todas tus fuerzas que eso no acabe aunque sin darnos cuenta estemos haciendo todo lo posible para que eso suceda.
Recuerdo una tarde en la que estábamos tirados en la alfombra de su departamento, nos gustaba hacer el amor en la sala, de las habitaciones en su casa esa era la que mayor iluminación tenía; había un enorme ventanal que daba a la calle y la luz del sol otorgaba un toque especial a las formas de nuestros cuerpos desnudos. Ella había establecido tácitamente la regla de mirarnos a los ojos después de hacer el amor,  al principio me había resistido, siempre me ha hecho sentir incomodo una mirada fija en  mi persona, pero con el tiempo lo encontré entretenido y lo concebí como una forma romántica para  memorizar su rostro; esa tarde había llegado sin querer a una conjetura: en sus enormes ojos cabía perfectamente nuestro pequeño y singular paraíso. Nunca en el lapso de tiempo que había compartido mi absurda existencia con ella me había dado cuenta de tal cosa; sabía que ella le había otorgado esa chispa a mi vida que se había apagado el día que murió mi padre, sabía también que desde el primer momento en que la vi una extraña certeza de que ella existía para mí me invadió; hasta había decidido bautizar a su vientre como refugio de mis penas; pero nunca había entendido que en sus ojos se encontraba nuestro equilibrio; una fuerza inimaginable e incontrolable me invadió y por más que haya secretamente intentado resistirme , las lagrimas brotaron de mis ojos y entonces supe que esa tácita regla había logrado su cometido.
Nos casamos en un tiempo relativamente corto, al cabo de un año de conocernos; digo relativamente porque en realidad nos pareció el momento exacto, suficiente para conocernos lo poco que podríamos hacerlo jamás y no demasiado como para caer en la monotonía y la extinción del enamoramiento. Nos funcionó la treta y los siete meses que siguieron vivimos un idilio, hasta que se le ocurrió la terrible idea de ser madre; no lo digo con el hastío de cualquier hombre o con los celos infantiles que solemos tener; fue horrible porque cuando algo que se supone debe ser espontaneo se convierte en forzado, la magia del suceso se transforma en una pesada carga que arrastras hasta en sueños. Durante dos meses tuvimos sexo mecánicamente, con las ganas llenas de compromiso y responsabilidad y tal vez esa era la razón para que ella no quedara embarazada, mucho tiempo después pensé que lo que ocurrió fue que no hicimos el amor ni una sola vez, y como traer al mundo al fruto de nuestro amor si al crearlo no había una pizca de el.
Dos meses más tarde comenzamos a pelear, a culparnos secretamente por la infertilidad en nuestra relación y sobra decir que yo no me refería precisamente a tener un hijo.  Una cosa lleva a otra y las mujeres nunca pueden guardar sus problemas para sí mismas o para su pareja; la amiga de una amiga le recomendó hacerse un tratamiento, de esos carísimos y a mi parecer inútiles; pero estaba arto de cargar con el bulto de la insatisfacción en nuestra relación así que acepté.
Yo en realidad es que nunca pensé en tener hijos, sabía que era malo para muchas cosas porque las había vivido y fracasado en el intento, aunque nunca hubiese tenido un hijo sabía que fracasaría en eso también, era muy egoísta; y en este caso, no sabía cómo manejar la ira de compartir el aire que ella me daba, compartir su cuerpo, sus noches y sus miradas. Esta mal pero aun cuando la extraño, me enojo con aquel que nunca fue creado, le culpo por habérmela quitado.
El dichoso tratamiento iniciaba como todos, con estudios hasta de la uña del dedo mas chiquito del pie. Cuando el doctor tuvo los resultados nos citó en su consultorio, recuerdo que esa mañana tuvimos una pelea porque yo había tenido que salir temprano del trabajo, era mi primer empleo y me sentía comprometido a hacerlo bien  para que mi suerte siguiera en trabajos futuros; pedir permiso para eso no era precisamente mi idea de ausencia justificada; la pelea de esa mañana fue porque ambos sabíamos que todo eso solo le importaba a ella.
Con el enojo como sabor de boca nos encontramos con el doctor, no es fácil intuir malas noticias en los rostros de los médicos, siempre tienen ese gesto de seriedad inamovible, así que a primera vista no tuve idea de la noticia que estaba  punto de cambiar nuestras vidas: no solo no íbamos a ser padres, al cambiar nuestras metas también había cambiado nuestro destino sin darse cuenta. El cáncer en su matriz se había extendido y una paradoja vivencial se presentaba sin previo aviso,  intenté acariciar su mano pero al sentir su piel y no encontrar en ella el calor reconfortante de siempre preferí alejarme; sus ojos perdieron expresión alguna, habían creado una barrera instantáneamente, no pude entrar en ella a través de su mirada.
Nunca he entendido por qué esa fuerza superior juega con nosotros, o tal vez es que le debemos algo, pero ¿cómo tener conciencia de la cuenta que estamos a punto de pagar? Ese día yo volví a mi infancia gris, pero esta vez no tenía un regazo femenino en que pudiera desahogar mis penas, ese día supe que todo había terminado; por su parte, ella, ese día murió a través de sus entrañas; lo había conseguido, sin dudarlo era un nacimiento, aunque en este caso, era el nacimiento de eso, su muerte.

Orquídea.

5/11/11

Mi cielo en tu infierno.

Silvia es bajita y blanca, a simple vista se le percibe como un manojo de inseguridades, Silvia es timidez andante. Es de esas personas que si pudieran pedirían permiso para respirar. Esa constante manía de esconderse en si misma provoca  un toque de misterio y ese misterio es atracción para los que la rodean. Silvia es la persona perfecta para ser descubierta, para aquellos a los que les gustan los acertijos andantes.
Mariana es profundamente hermosa, profundamente porque su mayor belleza radica en su humildad, en su bondad, una bondad increíble en estos tiempos, en estos días en que la humanidad agoniza. A veces a esa belleza se le antoja salir de las profundidades y comienza a escapársele por los poros de la piel, y le otorga un brillo hipnotizante, ese brillo es el que le ha impedido a Silvia alejarse de ella.
Silvia creció en una familia profundamente católica, tan profundamente como la belleza de Mariana, por consecuencia Silvia no solo se siente culpable sino totalmente condenada al infierno cada vez que le hace el amor a la réplica humana de la Virgen María.
Silvia y Mariana se conocieron hace 10 meses y hace 9 y 2 semanas y media que están juntas, tan juntas como los ojos en el rostro de cualquier persona, y así se sienten, los ojos la una de la otra, se cuidan el camino, se muestran las bellezas del mundo.
A Mariana no le importa ir al infierno, extrañamente su belleza es directamente proporcional a su inteligencia y desde siempre es aberrantemente atea. A veces piensa en como será, las únicas imágenes que tiene de un lugar así involucran colores cálidos, sudor, algunas llamas y algún personaje grotesco.
Esta tarde Mariana solo ha pensado en eso, mientras espera a Silvia, insistió en ver a sus padres, hacía tiempo que ellos le habían dado la espalda, Silvia buscaba por ultima vez su salvación. Mariana  llega a la conclusión de que si Silvia llegase al cielo, eso significaría automáticamente que ella sintiese lo que en realidad es el infierno.
Silvia por fin aparece, sale de aquella casa con los muros sucios de apariencias, Mariana se levanta de la banqueta, siente un pequeño dolor en las piernas, ha estado un par de horas en la misma posición pero no le da  importancia, observa las lágrimas que lentamente  cubren el rostro de Silvia. Por primera vez en su vida Mariana se dice en su interior “No quiero ir al infierno”
Silvia cruza la acera, desde el momento en que salió de aquella casa tenebrosamente obscura la luminosidad que habita en Mariana la invadió, Silvia sentía que le iba a explotar la cabeza, se había quedado sola dos segundos atrás, sus padres se lo advirtieron por última vez, cruzar esa puerta significaba la bienvenida a la inexistencia.
Silvia y Mariana se abrazan con una caricia, uno nunca imagina cuan fuerte puede ser el apoyo que radica en las palmas de las manos, se pierden en ellas, luego vienen las miradas profundas, las visiones futuras.
Saben perfectamente que lograran lo inimaginable, unir al cielo y al infierno.
Orquidea.

12/10/11

Era la primera vez que Edith le llamaba después de lo sucedido, al escuchar su voz, las manos le temblaron, estuvo a punto de dejar caer el teléfono,  sintió como las lágrimas le inundaban los ojos.
Edith repetía su nombre, ella no podía contestar, no había más voz en su garganta.
Al dejar de escuchar la voz al otro lado de la línea, guardo el teléfono y lentamente se arrodilló en el pasto. Por un momento intentó fingir que se había equivocado, esa no era la voz de Edith, podía haber sido cualquier otra persona… en realidad estaba segura que era ella, llevaba su voz grabada en la mente como se lleva el nombre propio o la edad o el nombre de los padres, como esas respuestas que están en tu cabeza decididas a salir en automático, ¿Cuántos pies tienes?-- DOS!
Había pasado mucho tiempo, pensaba que jamás volvería a saber de ella, el rostro de Edith comenzó a dibujarse en su memoria, era increíblemente bella, su mirada era tan luminosa, su rostro tenía un lenguaje propio, único, un lenguaje que solo algunos tenían el placer de conocer, y afortunada o desafortunadamente ella tenía ese placer.
Quien le habría dado el teléfono, había cortado relación con todos los que las conocieran a ambas, no era que ella se hubiera alejado,  la vida la había aislado sin saber por qué o al menos eso era lo que se había hecho creer desde hace un tiempo, se había convencido de eso.
Comenzó a descartar nombres, imposible que fuese su madre, la detestaba, recordaba perfecto aquella vez que la llevó a casa, su madre le dijo que no era un día propicio para visitas, Edith pidió disculpas, no quería incomodar, salieron a la calle y sin decir nada Edith le dio un abrazo y después usó esa sonrisa, su rostro le decía que todo estaría bien, se verían al día siguiente como siempre, como si nada, la quería;  no habría sido su hermano,  estaba muy ocupado torturando obreros y sacándole jugo al par de ideas capitalistas a las que cambiada de nombre según su estrategia; imposible imaginarse cómo habría regresado a ella después de tanto tiempo, aunque en realidad lo había estado esperando, cada noche cuando el rostro de Edith amenazaba con llegar a su mente ella comenzaba a mirar una revista, cantar, o cualquier estupidez que le hiciera distraerse de esa imagen. Había aprendido a  convencerse de haberlo olvidado todo, era como su amnesia voluntaria.
Que puertas habría tenido que tocar par a conseguir el número, cuantas se le habrían cerrado al instante de reconocerla.
Secó las lágrimas de su rostro y tomó el teléfono, ese pequeño aparato que estaba a punto de entregarle enorme vivencias;  con las manos temblando casi al punto de dejar caer el artefacto marcó el número, esa última llamada se convertiría en la primera.
Una voz temblorosa le contestó con un toque de alegría…
-Bueno?
-Edith?
-Si! …Pensé que no lo harías.
-¿Por qué tardaste tanto?



Orquidea.

30/7/11

PERDER O PERDER

La taza de café permanecía inmóvil frente a ellos, aquella que hace meses había sido cómplice muda de su amor jugueteando entre sus dedos.

Ella tenía los ojos llenos de dudas cristalinas, él apretaba los labios para retener el desconcierto.

Las voces al rededor de ellos danzaban de arriba a abajo, burlonas de aquella pulcritud silenciosa que sin querer se había convertido en su uniforme de guerra.

Ella colocó los dedos alrededor de la taza, acariciando la esperanza de aquel tierno ritual, pero no llegó y ella no tenía más tiempo para esperar y mucho menos para reconstruir la ilusión, la costumbre, el ritual mismo.

Él miraba a través de la ventana, buscando respuestas en los edificios, en los autos, en la gente, en cualquiera que no fuese el,  ni ella, en cualquiera que no estuviera lleno de dudas, de miedo,  de desesperación, de responsabilidad; esperaba encontrar la respuesta al otro lado del cristal como algún día la había encontrado en los ojos de ella, al otro lado de su realidad, porque de eso era de lo que quería escapar, de la realidad que había dejado de jugar a las escondidas con ellos, que hoy los miraba retadora, aplastante.

Ella cerró los ojos, no podía estar más ahí, no podía seguir mirándolo así, sin encontrar refugio en él, no podía seguir enfrentándose a ella misma, quería cerrar los ojos e internarse en esa obscuridad, quería olvidar todas las palabras que estuvieron en su mente los últimos días, olvidar lo que había escuchado, lo que había dudado, olvidar que tenía que decidir, cómo hacerlo, cómo elegir entre perder o perder; al abrirlos, las lagrimas rodaron lentamente, como lento había sido el tiempo desde que le habían dado la noticia, lento y pesado, era una carga inmensa de la que sabía que nunca se podría deshacer, aun cuando finalmente tomara una decisión, esa pesadez permanecería en ella.

Por fin él pudo articular palabra, había decidido qué se tenía que hacer, sin importar cuánto les doliera, “es lo mejor para todos” repetía una y otra vez, acrecentando las lagrimas de ella, que no podía creer que estaba escuchando esa respuesta, creía que no le importaba, ni ella ni esa pequeña muestra de amor que de ellos había surgido, no podía creer la frialdad con la que decía esas palabras que le congelaban el alma.

Él, molesto de no poder expresar la desesperación que sentía, el dolor, la desazón seguía firme en su decisión, no quería verla llorar más a cuenta gotas, no lo podría soportar siempre, él se estaba desmoronando también, no sabía cuánto aguantaría para ayudarla, tampoco cuanto tiempo le sobraba antes de rendirse, de quedarse como muchas veces lo había imaginado, tirado a mitad de la nada, sin querer ni poder moverse, muerto en vida; no supo qué más decir y se levantó para abrazarla, inclinado a su lado con los ojos a punto de estallar en lagrimas también, le dijo que le encantaría que las cosas fueran diferentes, mirar hacia un futuro y encontrarse los tres, sonrientes, juntos, felices, pero no podía, su realidad era esta y tendrían que enfrentarlo, en estos momentos su futuro se reducía a dos y eso ninguno de los dos podría cambiarlo.

Ella se negó, pero como desde el primer momento en su interior la lucha entre ambas respuestas prevalecía, si decía sí,  le decía adiós a un fascinante sueño que desde siempre le había causado el mayor miedo e ilusión; si decía no estaba segura que con el paso del tiempo no sólo perdería ese sueño, también perdería el amor de quien le había ayudado a concebirlo. Se abrazó a él refugiándose en su cuello, dejando perder las lagrimas entre su cabello, aun no sabía qué hacer, lo entendía, pero no podía rendirse así sin más.

Tenían que irse, había llegado el momento, él la tomó de la mano, ella se levantó temblándole las piernas, caminaron juntos, temerosos, al subir las escaleras alargaron lo más que pudieron el tiempo entre escalda y escalada, cuando estuvieron frente al pasillo les pareció enorme, voraz; él posó su mano en el hombro de ella, abrazándola por la espalda, ella recargó su cabeza en el hombro de él, dejando descansar un poco el miedo.

La puerta de la habitación estaba entreabierta, entraron lentamente, con las lagrimas contenidas, el doctor de pie junto a la cama los recibió con un rostro  carente de expresividad, ella no entendía si era porque comprendía su sufrimiento o porque le importaba poco, después de todo él vivía momentos como ese a diario tal vez, qué más le daba que ellos se encontraran en un torbellino inimaginable de dolor.

Y allí estaba el pequeño, postrado en esa cama que a ella le parecía enorme, conectado a mil tubos y cables, inerte; era ridículo como no podía imaginarse su risa, o sus ojos, era impresionante como en cuestión de unos cuantos meses se había desvanecido cada uno de sus movimientos, de los gestos que apenas comenzaba a conocer, del llanto que apenas comenzaba a identificar. El pequeño había caído en coma tres meses después de nacer, ahora estaba en esa cama, viviendo sin vivir, artificialmente, decreciendo, alimentando la esperanza desgarradora en sus padres. Dos días atrás el doctor les comunicó que el cuerpo del pequeño se estaba deteriorando en demasía, a pesar de las operaciones que le habían realizado y los cuidados que ella le daba no se podía hacer más; les aconsejaba desconectarlo, pero finalmente era su decisión, dijo. Y con tal noticia, ellos habían entrado en ese círculo de dudas y riñas internas y externas, hoy tenían que dar una respuesta, dejarlo ir agradeciendo el diminuto momento de alegría que algún día sintieron por la emoción de ser padres, o negarse a desconectarlo y acoplarse al sufrimiento diario, pero de igual forma a la satisfacción de saber que a pesar de todo, ellos podrían seguir demostrándole que le amaban, acariciando su manita, contándole cuentos con la esperanza de que los escucharía en ese silencioso sueño.

El médico fue el primero en romper el silencio, necesitaba saber qué decisión había tomado.

Él la miró y con un lento movimiento estrechó su mano, ella lo sintió como si la abrazara tan fuerte como cuando supieron la noticia; se miraron a los ojos inundados y en la limpieza que las lagrimas habían dejado en ellos reconocieron la respuesta, estaban de acuerdo, sabían que juntos lo lograrían.



 
Orquidea.