30/7/11

PERDER O PERDER

La taza de café permanecía inmóvil frente a ellos, aquella que hace meses había sido cómplice muda de su amor jugueteando entre sus dedos.

Ella tenía los ojos llenos de dudas cristalinas, él apretaba los labios para retener el desconcierto.

Las voces al rededor de ellos danzaban de arriba a abajo, burlonas de aquella pulcritud silenciosa que sin querer se había convertido en su uniforme de guerra.

Ella colocó los dedos alrededor de la taza, acariciando la esperanza de aquel tierno ritual, pero no llegó y ella no tenía más tiempo para esperar y mucho menos para reconstruir la ilusión, la costumbre, el ritual mismo.

Él miraba a través de la ventana, buscando respuestas en los edificios, en los autos, en la gente, en cualquiera que no fuese el,  ni ella, en cualquiera que no estuviera lleno de dudas, de miedo,  de desesperación, de responsabilidad; esperaba encontrar la respuesta al otro lado del cristal como algún día la había encontrado en los ojos de ella, al otro lado de su realidad, porque de eso era de lo que quería escapar, de la realidad que había dejado de jugar a las escondidas con ellos, que hoy los miraba retadora, aplastante.

Ella cerró los ojos, no podía estar más ahí, no podía seguir mirándolo así, sin encontrar refugio en él, no podía seguir enfrentándose a ella misma, quería cerrar los ojos e internarse en esa obscuridad, quería olvidar todas las palabras que estuvieron en su mente los últimos días, olvidar lo que había escuchado, lo que había dudado, olvidar que tenía que decidir, cómo hacerlo, cómo elegir entre perder o perder; al abrirlos, las lagrimas rodaron lentamente, como lento había sido el tiempo desde que le habían dado la noticia, lento y pesado, era una carga inmensa de la que sabía que nunca se podría deshacer, aun cuando finalmente tomara una decisión, esa pesadez permanecería en ella.

Por fin él pudo articular palabra, había decidido qué se tenía que hacer, sin importar cuánto les doliera, “es lo mejor para todos” repetía una y otra vez, acrecentando las lagrimas de ella, que no podía creer que estaba escuchando esa respuesta, creía que no le importaba, ni ella ni esa pequeña muestra de amor que de ellos había surgido, no podía creer la frialdad con la que decía esas palabras que le congelaban el alma.

Él, molesto de no poder expresar la desesperación que sentía, el dolor, la desazón seguía firme en su decisión, no quería verla llorar más a cuenta gotas, no lo podría soportar siempre, él se estaba desmoronando también, no sabía cuánto aguantaría para ayudarla, tampoco cuanto tiempo le sobraba antes de rendirse, de quedarse como muchas veces lo había imaginado, tirado a mitad de la nada, sin querer ni poder moverse, muerto en vida; no supo qué más decir y se levantó para abrazarla, inclinado a su lado con los ojos a punto de estallar en lagrimas también, le dijo que le encantaría que las cosas fueran diferentes, mirar hacia un futuro y encontrarse los tres, sonrientes, juntos, felices, pero no podía, su realidad era esta y tendrían que enfrentarlo, en estos momentos su futuro se reducía a dos y eso ninguno de los dos podría cambiarlo.

Ella se negó, pero como desde el primer momento en su interior la lucha entre ambas respuestas prevalecía, si decía sí,  le decía adiós a un fascinante sueño que desde siempre le había causado el mayor miedo e ilusión; si decía no estaba segura que con el paso del tiempo no sólo perdería ese sueño, también perdería el amor de quien le había ayudado a concebirlo. Se abrazó a él refugiándose en su cuello, dejando perder las lagrimas entre su cabello, aun no sabía qué hacer, lo entendía, pero no podía rendirse así sin más.

Tenían que irse, había llegado el momento, él la tomó de la mano, ella se levantó temblándole las piernas, caminaron juntos, temerosos, al subir las escaleras alargaron lo más que pudieron el tiempo entre escalda y escalada, cuando estuvieron frente al pasillo les pareció enorme, voraz; él posó su mano en el hombro de ella, abrazándola por la espalda, ella recargó su cabeza en el hombro de él, dejando descansar un poco el miedo.

La puerta de la habitación estaba entreabierta, entraron lentamente, con las lagrimas contenidas, el doctor de pie junto a la cama los recibió con un rostro  carente de expresividad, ella no entendía si era porque comprendía su sufrimiento o porque le importaba poco, después de todo él vivía momentos como ese a diario tal vez, qué más le daba que ellos se encontraran en un torbellino inimaginable de dolor.

Y allí estaba el pequeño, postrado en esa cama que a ella le parecía enorme, conectado a mil tubos y cables, inerte; era ridículo como no podía imaginarse su risa, o sus ojos, era impresionante como en cuestión de unos cuantos meses se había desvanecido cada uno de sus movimientos, de los gestos que apenas comenzaba a conocer, del llanto que apenas comenzaba a identificar. El pequeño había caído en coma tres meses después de nacer, ahora estaba en esa cama, viviendo sin vivir, artificialmente, decreciendo, alimentando la esperanza desgarradora en sus padres. Dos días atrás el doctor les comunicó que el cuerpo del pequeño se estaba deteriorando en demasía, a pesar de las operaciones que le habían realizado y los cuidados que ella le daba no se podía hacer más; les aconsejaba desconectarlo, pero finalmente era su decisión, dijo. Y con tal noticia, ellos habían entrado en ese círculo de dudas y riñas internas y externas, hoy tenían que dar una respuesta, dejarlo ir agradeciendo el diminuto momento de alegría que algún día sintieron por la emoción de ser padres, o negarse a desconectarlo y acoplarse al sufrimiento diario, pero de igual forma a la satisfacción de saber que a pesar de todo, ellos podrían seguir demostrándole que le amaban, acariciando su manita, contándole cuentos con la esperanza de que los escucharía en ese silencioso sueño.

El médico fue el primero en romper el silencio, necesitaba saber qué decisión había tomado.

Él la miró y con un lento movimiento estrechó su mano, ella lo sintió como si la abrazara tan fuerte como cuando supieron la noticia; se miraron a los ojos inundados y en la limpieza que las lagrimas habían dejado en ellos reconocieron la respuesta, estaban de acuerdo, sabían que juntos lo lograrían.



 
Orquidea.