21/4/13

LA ASFIXIANTE MUERTE



Hoy Celia sabía qué se sentía tocar la muerte, sentía ésta tregua entre las dos, conocía la fuerza de voluntad que albergaba en ella para no desgarrarla, para no intentar destruirla por el simple hecho de que si lo hacía, destruiría también lo que quedaba de su hijo, la muerte se resguardaba en él y Celia no podía hacer nada.

Esa mañana como cada día el despertador sonó a las 5, pero ella ya estaba despierta, tenía un rato con la mirada fija en las sombras que jugaban detrás de la cortina, una incierta ansiedad la había invadido, pocas veces le pasaba eso, había estado preocupada por él; y es que no sabía qué hacer, no sabía cómo lograr que  entendiera, lo había intentado todo, los castigos, las palabras tiernas, la indiferencia, incluso esa vieja costumbre de acusarlo con su padre y nada había funcionado, a él nada le hacía cambiar su actitud, seguía con la "rebeldía". Por un momento dudó,  si en realidad estaba exagerando, si ella estaba confundiendo rebeldía con libertad. El sonido del motor de un auto la hizo recapacitar, no importaba si para ella significaba una cosa y para él otra, se estaba buscando un susto, no sólo para sí mismo, todos andaban "con el Jesús en la boca"  por sus ocurrencias: las llegadas tarde, las ausencias, las entradas y salidas de jóvenes que apenas si conocían. No sólo se ponía en peligro él, estaba poniendo en peligro a toda la familia, a ella le parecía que si tenían que luchar por algo eso era por sobrevivir cada día. Y al final ¿quién iba a agradecérselos, quién los iba a recompensar por tanta pérdida?

Rindiéndose ante el insomnio decidió levantarse a preparar el desayuno, de todas formas le quedaban solo 20 minutos antes de que todo se convirtiera en dudas, gritos, prisas  y estrés.

Estaba a punto de terminar de colocar todo en la mesa cuando él entró en la cocina, frío  distante, callado. "Aún está molesto" pensó y sintió una horrible zozobra, ¿por qué tenían que estar peleando siempre,  por qué él no podía simplemente entender que era por su bien, por qué no se hacía realidad de pronto esa sonada frase de "algún día lo entenderás"?

Al escuchar la manija de la puerta no pudo evitar dejar salir el desasosiego que la invadía y le pidió que no se fuera, "hijo vamos a arreglar las cosas, no quiero que te vayas así, entiéndeme cuanto te quiero"

Él la miro dolorosa y fijamente, esa mirada no duró más de 5 segundos pero se sintió como una eterna agonía; finalmente mirando al cielo puso los ojos en blanco y exhalando un bramido salió de la casa.

Las lágrimas comenzaron a rodar por sus mejillas, ¿por qué tenía ésta angustia, por qué hoy precisamente? en ocasiones anteriores habían discutido, él había dejado de hablarle otras veces y el tiempo se encargaba de poner las cosas en su lugar, pero hoy había algo turbio en el ambiente.

A eso de las 3 de la tarde Celia, su esposo y dos de sus hijos estaban en silencio tomando sus alimentos, imperaba aquel gélido ambiente que desde la noche anterior había invadido su hogar;  el ensordecedor timbre del teléfono sacó a cada uno de su abstracción, sin embargo nadie pronunció una palabra siquiera. Algo en el pecho de Celia se rompió, siguió con la mirada el camino que su esposo recorría hasta el teléfono, por un momento pasó por su mente detenerlo o simplemente salir corriendo, sin darse cuenta sus ojos comenzaron a inundarse.

Celia miraba a su esposo de pie, con el auricular pegado al oído y sostenido con ambas manos, veía su delgado y cansado cuerpo, y ese cansancio la invadía, veía mover sus labios, temblorosos, pero no escuchaba una sola palabra de lo que  decía.  No supo cuánto duro esa llamada pero para ella ya habían pasado varias eternidades.

Cuando su esposo colgó el teléfono  y comenzó a caminar lentamente hacia ella, se levantó, lo encontró a mitad de camino y le pidió que no le dijera nada, que la llevara a donde estaba su hijo, nada más. Él quiso abrazarla y ella lo rechazó al instante, al mismo tiempo que le decía “no pasa nada”

Celia se había congelado desde el momento en que puso un pie en el edificio, y no sólo por la frialdad natural que los cadáveres le cedían al llegar ahí; al entrar a ese lugar, en su mente entraba de golpe también la realidad: Su hijo estaba muerto, se lo habían matado, ni siquiera sabría quién, ni siquiera sabría cómo, si fue a  propósito o sólo se encontraba en el lugar y tiempo incorrectos;  no había podido protegerlo, no había podido tomar su mano en el último momento de agonía, no había podido ni siquiera quedarse con el último hilo de luz de su mirada, no había podido decirle que lo amaba,  que se sentía orgullosa de él a pesar de todo.

Abrazada al cuerpo de su hijo sintió la muerte correrle entre los huesos, ella abrazaba el cuerpo inerte de aquél al que algún día le dio vida, mientras la muerte la abrazaba a ella hasta el punto de asfixiarla, no le importaba, deseaba que lo hiciera, no le hubiese molestado de pronto dejar de respirar, sin más, irse con él,  así como lo hacían sus sueños, sus sonrisas, su temores, sus ilusiones y su amor, todo se estaba yendo con él, ¿por qué no dejar que su cuerpo también lo hiciera?

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