27/3/11

PENELOPE EN ESPERA

 Penélope enciende otro cigarro, hacía tiempo que se había decidido a dejar de fumar, después de un tiempo de desesperación debida a la abstinencia concluyó que si de todas formas su vida se consumía a cada segundo, por que no aplicarle un placebo que lo tornara menos insoportable. Llevaba 3 horas sentada en aquella banca, el parque estaba casi desierto, al principio el tiempo transcurrió con disimulo mientras ella disfrutaba de las sonrisas de aquellas criaturas libres de razón, de esa razón a la que con los años te enseñan a atarte, aquella que te otorga la culpa, la desazón, el dolor, la decepción, pensaba que los niños sonríen con el alma porque no conocen ninguno de estos sentimientos, no tienen razón y es gracias a eso que realmente saben vivir; a medida que los niños iban desapareciendo el tiempo comenzaba a ser engorroso, así que Penélope dio un par de vueltas al parque para finalmente volver a la misma banca que le había hecho compañía ese par de horas atrás, para esperar una mas mordisqueándose las uñas y consumiéndose la vida en tabaco.

Sabía que no debía esperar más, no porque no quisiera, o pudiera, pero no debía, de la misma forma en que no debió haberle entregado sus esperanzas en una sonrisa aquel primer día en el teatro, así como no debió haberle regalado sus miedos aquella tarde lluviosa, muy probablemente así como no debió haberle entregado su esencia aquella noche en que se dejo convencer por el tintineo de las estrellas de que ese paisaje los acompañaría cada noche al hacer el amor. No debía esperarlo, ella lo sabía, lo supo siempre, este día, en esta banca lo tenía completamente seguro, pero cada músculo de su cuerpo había entrado en cese total de movimientos, no la escuchaban, aunque ella quisiera irse no podía, estaba atada a esa banca, a esa espera, a ese hombre del que solo recibía tiempo, tiempo vacío, olvidado, tiempo muerto.

La fricción del viento en su espalda le cortó a fuerza los amarres, lo había esperado 5 horas, tenia entumidas las piernas, y fracturada el alma. Caminó despacio una vez más alrededor del parque, la enamorada ilusa en su interior creía que él estaría esperándola en otra banca, tal vez en alguna no muy lejana, tal vez por alguna mofa del destino él la habría esperado tantas horas también, y al descubrirlo todo quedaría en una interminable carcajada que con los años serviría como anécdota amorosa a sus conocidos y familiares como quien relata su primer caída en bicicleta.

Finalmente aceptó haber sobrepasado los límites de su patetismo y camino a casa, al enfrentar la puerta de entrada se detuvo un momento a mirar  la chapa, dudó unos segundos si dejarla intacta para salir corriendo a encontrar otra chapa, otra casa, otra vida, una menos vacía. Al abrir la puerta inmediatamente sintió el hastío de la inmensa soledad que albergaba su casa vacía, siempre había soñado que alguien la esperaría casi detrás de la puerta con una sonrisa esperanzadora en el rostro, que habría alguien que había estado esperando todo el día para que ella le contara los problemas del trabajo, lo gracioso del hombre que había chocado con ella en el cruce de alguna calle, alguien que la abrazara en aquellos días en los que solo necesitaba sentir un escudo de brazos que la salvara del mundo. Ulises no era ese alguien, nunca lo había sido, en los 2 años que habían estado juntos a él nunca le había importado si ella se sentía bien en su trabajo, que había soñado la noche anterior, ni siquiera le interesaba saber si sentía algún deseo oculto por aquel chico que le entregaba el correo junto con una sonrisa cada mañana, no, a Ulises no le interesarían esas pequeñeces, él estaba seguro, y ella se había encargado de que así fuera, de que Penélope no necesitaba a otro hombre que no fuera él, que su felicidad radicaba en percibir su aliento una vez al día, ese aliento que metamorfoseado en oxigeno le permitía continuar, aunque el jefe la atosigara con contratos, aunque le dolieran los pies de tanto caminar, incluso aunque ese aliento la hiciera sentir cada vez mas lejos de Ulises, le bastaba para continuar.

Se tumbo en el sillón con la mirada perdida en la lámpara, que poco podía iluminar a veces, sobre todo en momentos como este en que se sentía tan sombría, tan oscura y apagada, estiro las piernas tratando de estirar el sentimiento, tenía una ganas enormes de soltarse a llorar, no podía, tenía el dolor tan pegado al alma que no podía sacarlo, prefirió cerrar los ojos, intentando con esta intromisión propia encontrar el escondite a tanta estupidez amorosa, odiaba saberse sensata porque entonces no tenía justificación para su irracional actuación los últimos dos años, odiaba haberse burlado tantas veces de las mujeres frágiles que pierden su identidad para adoptar la de su indiferente amante. Odiaba haberse defraudado a ella misma.

El timbre suena y ella solo siente la pesadez de su ojos, le encantaría tenerlos sellados, le encantaría ser sorda o hasta invisible, ¿por qué?, ¿por qué si le costó tanto trabajo encontrar resignación a su delirante infortunio, Ulises aparece triunfante al otro lado de la puerta, seguramente con alguna excusa inverosímil pero sagaz que le otorgaría el pase de entrada a la vacia vida de Penélope? ¿Por qué no se quedo con su triunfante cinismo de verdugo y la dejo abandonada a su depresión?

El timbre suena por cuarta ocasión, secundado de la voz firme y segura de Ulises que le exige se deje de niñerías y le abra la puerta. Cual pequeña regañada, Penélope se levanta del sillón colgando los brazos a los costados del cuerpo como si cargaran en peso la desazón que la invade en su interior.

Al abrir la puerta lo único que puede ver son los ojos de Ulises, esos ojos que ahora trataban de seducirla con un reflejo floral en las pupilas, eran los mismos cuya ausencia horas antes la había golpeado hasta dejarla en el piso.

Ulises no pronunció una palabra, no necesitaba disculparse, no era necesario, Penélope no podía escapar de su mirada y él lo sabía, a fuerza de habito había entendido que su mirada era el bumerán que él necesitaba para traerla de vuelta.

Penélope permaneció en silencio, tenía que decidir entre ser presa voluntaria de esa mirada falaz, o vetarla de sus utopías.

Orquidea.